1 feb 2009

Requiem por un amor que debe morir...




Por fin, un nuevo texto... Os lo mereceis...


De camino hacia el horizonte las lágrimas buscan la sequedad que da el olvido, que ahueca de nuevo ese vacío que permite nuevos llenos, un otro sino que espante la verdad, el monte ido...

Empiezan su viaje forzadas, como ánimas errantes, como tímidas hadas sin paje que las presente, deambulando por las turbias aguas del puerto sin perder de vista el muelle y a la vez sin querer verlo. Como un tuerto buscando hacia el lado ausente, lívidas surcando la turbia y grasienta superficie, viran para afuera y luego vuelven... Y luego vuelven.... Quizás por el miedo de afrontar mares desconocidos, quizás por la inútil esperanza de anudar ese cabo roto, quizás... Miran el más allá y espían la era, dónde resta lo que era. Avanza su voluntad y el coto del pasado la asienta...

Luego marchan, o al menos eso piensan... Encauzan el océano y parten... La agonía del amor nunca fue un paisaje soportable. Nunca. Duele demasiado.

Marchan, parten... ¿Huyen? En el sentimiento, sin duda, que no en el deseo. La afonía de un te amo no te convierte en ateo, más deja inerte tu sentido del mañana. Y sano resulta partir, aún con del rencor el mareo...

En busca de un amable despertar, pintando de cana ese pelo, aún perfumado, tiñendo de sombras ese rostro, aún amado... Las lágrimas navegan, reman, nadan... Se ahogan y respiran... Mueren y resucitan... Bregan por no necesitar ese cálido abrazo, queman las marcas de aquellas tiernas caricias, besan las olas por no tener esos labios atentos...

Y sabios son los vientos, que en aquella noche oscura se visten de huracanes y golpean la nave con odios truhanes, con golpes de rotura... Sin cura, pues la rabia no quita la amargura, pero con limpieza profunda...

Son tiempos muy duros... La funda que al amar envuelve un corazón no se quita fácilmente y reza el alma coja a la roja partida de cada atardecer que derrumbe los muros de esa prisión que nos niega nuevos sueños... Pero no basta, con enfatizar la impotencia no basta. Hay que esperar, vivir y dejar morir hasta poder cicatrizar...

Y así es, así será: las lágrimas navegarán, remarán, nadarán... Se ahogarán y respirarán... Morirán y resucitarán... Y al fin el día, ese día, llegará: el sol brillará de nuevo y en el fondo de un mar apaciguado, mi mar, quizás el tuyo, yacerán unas lágrimas de desamor, secas, curiosamente secas...

Y alguien, entonces, podrá cantar esa triste pero esperanzada oda, la que narra el entierro de una boda, la que cuenta el encierro del ayer, la que afirma "no te amo". Puede que lo haga el hado, puede que una sirena distraida, puede, incluso, que cante yo... Será una hermosa balada, escrita con lágrimas, de mí, para ti... Será un réquiem por un amor que debía morir...

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