Sentir...



La suave brisa acaricia mi cabello. Se estampa con ella un sello que me transporta, sin más noticia que el vuelo de mi mirada.
Corta, pero atenta, cual ave surcando mares de algodón, se torna mi percepción de aquello que veo, de lo que quiero percibir. Un ir y venir de recuerdos asienta mi voluntad en los altares sensoriales, y cierro los ojos…

Huelo a bondad: el dulce olor que proviene de un horno cercano agita mi entorno de nostalgias y me traslada a la infancia. El ligero ajetreo de algunas flores solitarias evoca aquellas más rudimentarias fragancias, las que surgen de una estancia sin ambientar, de la piel sedosa de un bebé, del café de la mañana, de la almohada de mi amada.

Un beso soñado me sorprende: la humedad de esos labios por conocer inunda mi espíritu de paz. El recuerdo del sostén, del apretado vaivén de dos manos amigas que pasean su confianza me hace sentir arropado, seguro. Luego, ese abrazo, la lana que abriga las almas, la ropa que arropa los miedos, el cielo de los ateos…

Voces de niños jugando se acercan. Una balada de antaño brota de mi interior y los sones de unos pasos acompasados pautan el ritmo de mi corazón. Un suspiro largo y profundo me trae las voces alegres de aquellos que más amo y en el canto de un petirrojo recojo la risa del mundo exterior.

Sin ser muy consciente paso a sazonar esos instantes tan íntimos: el sabor del agua bañada de metales, la sal que quedó pegada en un plato aceitoso, el higo robado del árbol, aquel queso blando que se funde en la boca… El sabor a llanto, el sorbo de la pasión, el encanto exquisito del fuego en la carne…

…lo que quiero percibir, lo que quería… Un ir y venir de recuerdos asentó mi voluntad en los altares sensoriales, y cerré los ojos…

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