19 sept 2009

Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir...




Ayer murió una persona a la cual quería mucho: mi tía Pilar... En los últimos años tuvimos conversaciones muy largas. Desde generaciones distintas, desde formas de ser y entender la vida muy diferentes sellamos una amistad que voy a extrañar muy mucho... Ella no entendía mi espíritu soñador, mi fe ciega en el amor... "¿En qué mundo te crees que vives?", solía decirme...

Para ti, querida Pilar, te dedico este texto del libro "A la luna, a ti, mi cielo, y a mis queridas estrellas"; un texto que quizás no expresa en qué mundo vivo, pero claramente insinua en qué mundo me gustaría vivir... Un beso y un abrazo, ya sabes, muy grandes... Te guardo en mi corazón...

Escribía el poeta: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir...” En nuestro mundo actual podríamos afirmar sin errar lo más mínimo que para mucha gente esta afirmación suena a sentencia: empujados por fatales corrientes que nutren su fuerza en la injusticia, en la miseria o en la devastación de las crueles guerras, no tienen otra opción que dejarse llevar hasta el final y rezar, suplicar al destino, no ahogarse y sucumbir antes, mucho antes, del tiempo que por el simple hecho de nacer se merecían. Para los otros, pero, la historia viene a ser otra muy diferente...

Con mayores o menores posibilidades, con mejores o peores expectativas aquellos que nacimos en lugares donde las libertades ofrecen reales y vivas perspectivas adquirimos el derecho a unos azares negados para los más desafortunados: El simple hecho de poder optar a la suerte de decidir como seguimos el rumbo de nuestro existir.
Los hados quizás nos llenarán de males, pero sabido es que aquello que no mata la muerte perdona, y antes o después llegará la sazón para lo que es bello, para la esperanza que permite que te levantes.
El desdén al tumbo que toda mudanza ocasiona puede que te invite a frenar la innata pretensión a aquel particular edén que todos anhelamos, pero muy a menudo la decisión no se hallará en la casualidad, se encontrará en nuestro poder, en el saber donde vamos y qué queremos, en el anular todo excusa que entorpezca la muy habitualmente confusa verdad que ocultan los sueños, en el deshacer el nudo que encadena nuestro vivir a la pena y traba los empeños.
Nuestro camino solo acaba al final, el individuo tomado como ente prospera de forma variable, en el bien o en el mal, pero para que crezca la persona en la horma del porvenir debe anidar un asiduo invitado: el aguardo de algo mejor, la espera de un destino forjado con nuestras ilusiones.
Quien cree que la vida jamás te abandona cargará perpetuamente con un pesado fardo, con la llaga que la daga que clavan las resignaciones nunca deja sanar. Cuando frenamos las pasiones pretendiendo aquel bienestar que en la costumbre se arraiga quizás conservamos nuestro mundo, pero puede que lo hagamos más por servidumbre que por vital necesidad, y al hacerlo puede también que estemos induciendo a que caiga el fecundo cielo que en la esencial expectación de algo más emocionante se construye. Y en esa necedad se asienta nuestra rendición, y con el discordante conformismo fluye aquel desconsuelo que revienta lo que nos gustaría ser y se satisface de manera más o menos traumática con lo que somos.
En aquella vana plática que aturde la mente de tanta gente: “¡Para ser uno mismo primero debo saber quien soy!, se urde la espera que deshace a menudo la posibilidad real de ser nada querido, se compone la nana que adormece cada instinto de evolución, que mece lo tenido y aparta lo distinto. Y formamos un escudo que nos protege de la verdad sentida como una hereje percepción y nos predispone a aceptar lo presente como un mal menor. ¡Lo que uno siente no importa! ¡No puedo jugar la carta que corta lo instaurado, no puedo adoptar el credo de la ruptura si el hado no me asegura una suerte mejor! Y, al fin, nos dejamos llevar por la fuerte corriente que impulsa a tantos y tantos a mantener una insulsa vida. Y eso puede ser soportable para numerosas personas, pero para los que nacimos soñadores acabará cortando con el sable de la decepción las cosas en las que creímos, creando una herida en nuestro aliento que difícilmente sanará… ¿Y hace falta ser doctores para reconocer en ese sentimiento una fuente de depresión?
Si aceptamos la comparación entre nuestra existencia y un río, ¿no es racional que intentemos siempre que las aguas bajen lo más netas posible? ¿No será también plausible pensar que la tendencia del caudal que nos traslada venga marcada por nuestro libre albedrío? Y cuando caiga la tormenta del desencanto y amenace con hacer zozobrar nuestra embarcación, ¿debemos abrir un paraguas que distraiga el llanto o saltar y nadar buscando aquel afluente donde nace la ilusión, donde se tienta al destemplado presente con un futuro deseado?
Duro será, quizás, canjear el destino: el viento traerá un canto de sirenas que con ofrendas renovadas y juramento de enmiendas nos querrá hacer desistir, la incomprensión de la orilla definirá la osadía como cretino valor y el temor de aquellos que arrastramos y no saben nadar nos hará sentir culpables…
En el nuevo camino no habrá plenas garantías de nada… Tampoco habrá hadas que con estrellada varilla creen notables prodigios… Pero el día llegará, los vestigios del pasado se irán neutralizando poco a poco con la llegada de nuevas perspectivas y aquello que sentías irá cambiando su rumbo hacia metas mucho más cercanas a la felicidad. Tu particular cruzada habrá dado un señalado tumbo que motivará que tus esperanzas sigan vivas y ya no precisarás usar profanas tretas para disfrazar la realidad.
Distantes horizontes te harán mirar atrás y montes aparentemente gigantes despertaran añoranzas de lo que antes te mantenía a flote, pero no habrá jornada en la que no sientas el brote de una flor, no habrá día en el que no puedas explorar el cielo sin que te caiga encima… Tus emociones serán tu nuevo guía y con el vuelo de tu alma hacia la libertad, con las canciones de tu corazón llamando al amor, con la calma que produce el reencuentro con la naturaleza,…, subirás a la cima más alta, la que te seduce y llevas dentro desde siempre, la que amaga tu verdad, la que paga tu razón, la que exalta todo aquello que en tu voluntad reza…

“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar…”, y algún día llegarán a ella, pero mientras eso no pase debemos procurar, si podemos, no ahogarnos en cenagales que embarren nuestros sueños. Sabido es que no siempre podremos escoger, pero también es cierto que con mucha más frecuencia de lo que pensamos querer es poder y aquello que nos frena a menudo el acceso a otros cauces más armónicos es más el miedo a nadar contracorriente que el deseo de mantener nuestro curso… Nacimos para vivir y a aquellos que se nos ha dado la oportunidad de escoger no podemos insultar a la vida asociándola con la costumbre o con normalidades escritas por otros. Dice un sabio refrán: “Más vale solo que mal acompañado”… Deberíamos todos poder navegar en barcos donde las compañías nos hagan sentir acogidos y bien amados y nos permitan ser y mostrarnos como en verdad deseamos. En el trabajo, en nuestro círculo de amistades, en el matrimonio,…, deberíamos…,¿ o no?

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