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ENLACE CON EL ÍNDICE
3.2.6. Un paseo por la vida: De cómo Teresa bañó sus pensamientos en agua pura y cristalina…
Al salir del Templo Teresa no encontró a Raimon esperándola. De entrada se extrañó pero, pensándolo bien, después de lo vivido necesitaba estar sola y agradeció la ausencia…
El camino de vuelta a casa era corto, pero Teresa no tenía aun ganas de regresar. Necesitaba pasear un rato y la cercanía del río ofrecía una perspectiva realmente atractiva.
Comenzaba a anochecer pero no hacía nada de frío. Mientras caminaba Teresa se dio cuenta que esa brisa que la parecía sentir fregando su cara no era tal: en su andadura su piel irrumpía contra el aire y éste se apartaba en una muy suave y tierna caricia… Cerró los ojos y anduvo unos metros… La sensación era como si estuviera nadando en el aire…
Luego se paró. Su sensibilidad estaba… ¿Cómo expresarlo? ¿Ensayando? ¿Intentando experimentar nuevas sensaciones? No, más bien parecía como si quisiera retornar a la sencillez…
Teresa volvió a cerrar los ojos: deseaba sentir, oler, escuchar… Deseaba… ¿Qué era aquello que realmente anhelaba? Redescubrir, re…sentir… ¿Quizás recuperar? ¿Acaso renacer?
Era como si todo en su entorno fuera nuevo, como si paseara por primera vez, como… No, entonces se dio cuenta: en realidad lo extraño y nuevo no llegaba de fuera, surgía de dentro: era su forma de percibir, de sentir, de vivir lo simple…
¿Por qué le parecía algo que había hecho tantas veces como si fuera su primera vez en muchos años? ¿Qué había ocurrido en su conversación con Mariona que había despertado de una manera tan maravillosa su sensibilidad?
Teresa levantó la vista y miró al cielo. Una luna casi llena lucía su resplandor rodeada de un sinfín de estrellas que chispeaban el recuerdo de su existencia, o no, en la distancia infinita hasta una mirada asombrada… ¿Cuánto hacía que no contemplaba un cielo tan poblado? Un convoy de nubecitas trasladó su vuelo en dirección a la luna hasta atraparla. En su paso por delante Teresa descubrió como la luz abría una ventana en el blanco para ganar transparencia y poder seguir ofreciéndose… ¿Siempre era así? ¿Siempre fue así? ¿Cómo nunca antes se había fijado?
Metida en sus meditaciones la vio pasar: una estrella fugaz cruzó el cielo marcando un trazo hermoso que siempre… Teresa se sonrió… Uf, que siempre había activado en ella un deseo… Pero esta vez, esta vez pasó sin más… sin más que el disfrute de la visión de una migración estelar divina… El automatismo no se dio, no hubo deseo… ¿Cómo…? ¿Y pues? ¿Qué estaba ocurriendo?
Necesitaba pensar, pero no de una forma usual, precisaba, ¿cómo lo expresaría?, pensarse… Uy, ¿sonaba mal? ¡Qué va! Sonaba muy apetecible… Teresa salió del camino y entró en…, parecía una pequeña playa… Dios, de arena blanca… ¡Qué cosas! Ya tumbada en la arena, con el cuerpo ladeado y con una mano cerrada soportando la cabeza en su mejilla, miró fijamente al río. El arenal se había formado en frente de una pequeña entrada de las aguas allá, en la tierra, como un patio externo al cauce, al caudal circulante. La paz de esas aguas olvidadas era hermosa, sí, pero a la vez triste. Se habían convertido en un cultivo de vida tranquila, verdecida y rica en la quietud, pero Teresa estaba convencida que de poder tener opción gota a gota regresarían a esa gran aventura que dejaron atrás. Regresarían, regresaría, … ¿regresaba? Eso era: ¡regresaba!
El agua del río bajaba lenta pero sin tregua. En su marcha encontraba escollos puntuales que bordeaba o absorbía sin detenerse. Espumeantes dibujos en relieve marcaban allá donde los giros imprevistos de aguas las conducían al choque, probablemente al encuentro. Aquí y allá aparecían señales de vida o movimiento sumergido en forma de ondas concéntricas que se ensanchaban hasta desaparecer. De vez en cuando un salto, casi siempre donde nadie mira, de un pez buscando provisiones.
Fue precisamente la caída chapoteada de un rebote hambriento lo que hizo que Teresa aguzara el oído. Como una nana delicada el son de las aguas transportándose susurraba calma, suspiraba paz. Esa música extremadamente apaciguadora se hacía acompañar en la tierra con esporádicos murmullos de pájaros trasnochadores, uhu, uhu, con rítmicos compases espontáneos de algún grillo enamorado, cric, cric, cric, cric, con… Increíblemente la tonada brotaba de su interior… Teresa cerró de nuevo los ojos e intentó escucharse: su respiración era calmosa y a la vez rebosaba excitación, su corazón,… ¿Realmente podía escucharlo? No, pero sabía, intuía como sonaba: en su bombeo iba algo más que sangre… ¡Qué curioso pensamiento! ¿A dónde pretendía guiarla? Su cuerpo y su mente habían sido durante tanto tiempo coguionistas del transcurrir de su vida… Le costaba recordar un acto no premeditado, un paso no necesitado, un… ¿Cuántas veces se había sorprendido a sí misma haciendo algo inusitado?
Teresa giró la cabeza hacia un lado y otro intentando escudriñar causa y efecto, de donde y hacia donde… Un poco más arriba el paisaje fluvial visible se enmarcaba en un salto de agua que el relieve regalaba a las aguas para ofrecerlas renovada fuerza. Curiosamente en la caída el río había ensanchado sus márgenes para crear un precioso descanso, un pequeño lago, una piscina natural que limitaba arriba con su particular fuente y abajo con un estrechamiento que agrupaba caudales para potenciar su renovada carrera… Era un lapsus en el camino, un paréntesis a la vez hermoso y necesario en la vida fluvial, un “de donde vengo” muy incompleto pero a la vez muy generoso… ¿Y en la otra dirección? ¿Hacia donde iba? Tampoco para allá se mostraba más que un trecho en el camino: a unos 50 metros se producía un giro, una curvatura a la derecha que parecía entrar en la boca de una considerable arboleda para perderse entre troncos y hojas. Se podía intuir… No, se podía saber el final marinero del viaje, pero ni el mismo río conocía todo aquello que podía encontrar en su travesía.
Teresa recordó cuan variable es la naturaleza… Imprevisiblemente maravillosa… La historia del río se reescribía a cada instante, nada era ni podía nunca ser igual. En cada palmo de recorrido, incluso en cada gota de fluido se dibujaba una aventura interminable y siempre única. Una lluvia débil o torrencial, el cambiante paso de un viento o vientecillo, un tronco caído, un canto rebotando lanzado por un niño, una simple hoja… El efecto mariposa, ¡que concepto tan apasionante!
En una sonrisa Teresa ocultó todo aquello que, sin saber aun como ni porque, se estaba revelando en sus cavilaciones. Luego volvió su mirada hacia el estanque que se abría en frente suyo: quietud, ligeramente alterable pero comparativamente con todo aquello que acababa de contemplar la primera palabra que le vino a la cabeza era esa… Quietud, mas, contradictoriamente, inquietud… ¡Qué chocante percepción! En ese bálsamo de vida apaciguada no respiraba paz… Teresa percibía angustia. Allí, donde todo era más previsible, donde el agua parecía reposar, donde… Teresa se estremeció, en su pensamiento se introdujo una idea que la hizo temblar de pies a cabeza: en aquellas aguas estancadas casi todo habitaba dentro de lo establecido, era como un acomodado y a la vez conformista ecosistema donde distintos organismos desarrollaban un papel limitado a la vez a las posibilidades y a las exigencias pautados por el medio, la mitad de las veces, y por los seres considerados o establecidos como más poderosos, en otras tantas ocasiones.
Teresa se puso las manos en la cabeza. Dios, allí estaba su vida… Su vida y la de tantos… En el río, en el estanque… ¡Regresaba! ¡Por fin comprendía! La vida era como un río. En un manantial de energía nace nuestra existencia y con el flujo del crecer desarrollamos nuestra infancia entre el libre y excitante curso y las represas que el mundo adulto nos quiere mostrar. En nuestra niñez probamos la vida en su máximo esplendor pero la mayoría de personas terminamos rindiéndonos a las pautas convencionales, a aquellos costumbristas e impuestos mandamientos que se forjan en las culturas, en los grupos y subgrupos, en las sociedades “civilizadas”.
-“Me civilizaron” -pensó Teresa- “Desde pequeña me condujeron hacia lo establecido, hacia la “quietud” convencional. Mis rebeldes impulsos de adolescente no sirvieron de nada, mis ansias soñadoras de juventud sucumbieron ante el ímpetu social… Y terminé, ¿cómo no?, en una laguna preformateada y regentada por otros, protegida del río y su salvaje transcurrir, preservada de la irracional vida…”
Sentía a la vez rabia, impotencia y alegría… Cuántos años invertidos… Inversiones en ajenas hechuras, inversiones de objetivos y horizontes… Se sentía muy inquieta y decidió levantarse. Se desnudó de zapatos y, acercándose a la charca que fregaba la playa, introdujo un pie en la apacible agua… Un escalofrío recorrió su cuerpo… El baño parecía cálido y desde luego improvisto de sorpresas, pero… ¡No! ¡Basta ya! Teresa vadeó la poza del Nunca Jamás y se dirigió al río…
¿Nunca? Quizás, acaso, posiblemente… Pero no lo sabría si no regresaba, si no se reencontraba con su cauce natural. En él se oleaban sus ilusiones, en él ondeaban sus sueños, en él germinaban los juegos, la aventura, el atractivo de lo desconocido… En él…
Teresa entró en el agua y, bordeando la orilla, fue subiendo hasta llegar al salto de agua. Allí se despojó de toda su ropa y desnuda, tal como llegó a la vida, regresó a ella.
…
El agua estaba helada pero a Teresa no la importó lo más mínimo. Al contrario, con el frío sintió como si su piel despertara de un largo letargo, sintió como si su corazón volviera a bombear su perdida fe en el destino, su extraviada fe en sí misma… Se sentía rejuvenecida, se sentía más mujer que nunca, se sentía… Jo, por fin, más niña que siempre…
Nunca iba a recordar cuanto tiempo transcurrió hasta que decidió abandonar el baño. Pero nunca jamás olvidaría lo que allí vivió y sintió.
Al regresar a casa se encontró la cena encima la mesa. Al lado Raimon había dejado una nota… En ella se podía leer…
Después de leer Teresa no reaccionó ya para nada con la razón, simplemente volvió a sonreírse…
CONTINUARÁ
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El camino de vuelta a casa era corto, pero Teresa no tenía aun ganas de regresar. Necesitaba pasear un rato y la cercanía del río ofrecía una perspectiva realmente atractiva.
Comenzaba a anochecer pero no hacía nada de frío. Mientras caminaba Teresa se dio cuenta que esa brisa que la parecía sentir fregando su cara no era tal: en su andadura su piel irrumpía contra el aire y éste se apartaba en una muy suave y tierna caricia… Cerró los ojos y anduvo unos metros… La sensación era como si estuviera nadando en el aire…
Luego se paró. Su sensibilidad estaba… ¿Cómo expresarlo? ¿Ensayando? ¿Intentando experimentar nuevas sensaciones? No, más bien parecía como si quisiera retornar a la sencillez…
Teresa volvió a cerrar los ojos: deseaba sentir, oler, escuchar… Deseaba… ¿Qué era aquello que realmente anhelaba? Redescubrir, re…sentir… ¿Quizás recuperar? ¿Acaso renacer?
Era como si todo en su entorno fuera nuevo, como si paseara por primera vez, como… No, entonces se dio cuenta: en realidad lo extraño y nuevo no llegaba de fuera, surgía de dentro: era su forma de percibir, de sentir, de vivir lo simple…
¿Por qué le parecía algo que había hecho tantas veces como si fuera su primera vez en muchos años? ¿Qué había ocurrido en su conversación con Mariona que había despertado de una manera tan maravillosa su sensibilidad?
Teresa levantó la vista y miró al cielo. Una luna casi llena lucía su resplandor rodeada de un sinfín de estrellas que chispeaban el recuerdo de su existencia, o no, en la distancia infinita hasta una mirada asombrada… ¿Cuánto hacía que no contemplaba un cielo tan poblado? Un convoy de nubecitas trasladó su vuelo en dirección a la luna hasta atraparla. En su paso por delante Teresa descubrió como la luz abría una ventana en el blanco para ganar transparencia y poder seguir ofreciéndose… ¿Siempre era así? ¿Siempre fue así? ¿Cómo nunca antes se había fijado?
Metida en sus meditaciones la vio pasar: una estrella fugaz cruzó el cielo marcando un trazo hermoso que siempre… Teresa se sonrió… Uf, que siempre había activado en ella un deseo… Pero esta vez, esta vez pasó sin más… sin más que el disfrute de la visión de una migración estelar divina… El automatismo no se dio, no hubo deseo… ¿Cómo…? ¿Y pues? ¿Qué estaba ocurriendo?
Necesitaba pensar, pero no de una forma usual, precisaba, ¿cómo lo expresaría?, pensarse… Uy, ¿sonaba mal? ¡Qué va! Sonaba muy apetecible… Teresa salió del camino y entró en…, parecía una pequeña playa… Dios, de arena blanca… ¡Qué cosas! Ya tumbada en la arena, con el cuerpo ladeado y con una mano cerrada soportando la cabeza en su mejilla, miró fijamente al río. El arenal se había formado en frente de una pequeña entrada de las aguas allá, en la tierra, como un patio externo al cauce, al caudal circulante. La paz de esas aguas olvidadas era hermosa, sí, pero a la vez triste. Se habían convertido en un cultivo de vida tranquila, verdecida y rica en la quietud, pero Teresa estaba convencida que de poder tener opción gota a gota regresarían a esa gran aventura que dejaron atrás. Regresarían, regresaría, … ¿regresaba? Eso era: ¡regresaba!
El agua del río bajaba lenta pero sin tregua. En su marcha encontraba escollos puntuales que bordeaba o absorbía sin detenerse. Espumeantes dibujos en relieve marcaban allá donde los giros imprevistos de aguas las conducían al choque, probablemente al encuentro. Aquí y allá aparecían señales de vida o movimiento sumergido en forma de ondas concéntricas que se ensanchaban hasta desaparecer. De vez en cuando un salto, casi siempre donde nadie mira, de un pez buscando provisiones.
Fue precisamente la caída chapoteada de un rebote hambriento lo que hizo que Teresa aguzara el oído. Como una nana delicada el son de las aguas transportándose susurraba calma, suspiraba paz. Esa música extremadamente apaciguadora se hacía acompañar en la tierra con esporádicos murmullos de pájaros trasnochadores, uhu, uhu, con rítmicos compases espontáneos de algún grillo enamorado, cric, cric, cric, cric, con… Increíblemente la tonada brotaba de su interior… Teresa cerró de nuevo los ojos e intentó escucharse: su respiración era calmosa y a la vez rebosaba excitación, su corazón,… ¿Realmente podía escucharlo? No, pero sabía, intuía como sonaba: en su bombeo iba algo más que sangre… ¡Qué curioso pensamiento! ¿A dónde pretendía guiarla? Su cuerpo y su mente habían sido durante tanto tiempo coguionistas del transcurrir de su vida… Le costaba recordar un acto no premeditado, un paso no necesitado, un… ¿Cuántas veces se había sorprendido a sí misma haciendo algo inusitado?
Teresa giró la cabeza hacia un lado y otro intentando escudriñar causa y efecto, de donde y hacia donde… Un poco más arriba el paisaje fluvial visible se enmarcaba en un salto de agua que el relieve regalaba a las aguas para ofrecerlas renovada fuerza. Curiosamente en la caída el río había ensanchado sus márgenes para crear un precioso descanso, un pequeño lago, una piscina natural que limitaba arriba con su particular fuente y abajo con un estrechamiento que agrupaba caudales para potenciar su renovada carrera… Era un lapsus en el camino, un paréntesis a la vez hermoso y necesario en la vida fluvial, un “de donde vengo” muy incompleto pero a la vez muy generoso… ¿Y en la otra dirección? ¿Hacia donde iba? Tampoco para allá se mostraba más que un trecho en el camino: a unos 50 metros se producía un giro, una curvatura a la derecha que parecía entrar en la boca de una considerable arboleda para perderse entre troncos y hojas. Se podía intuir… No, se podía saber el final marinero del viaje, pero ni el mismo río conocía todo aquello que podía encontrar en su travesía.
Teresa recordó cuan variable es la naturaleza… Imprevisiblemente maravillosa… La historia del río se reescribía a cada instante, nada era ni podía nunca ser igual. En cada palmo de recorrido, incluso en cada gota de fluido se dibujaba una aventura interminable y siempre única. Una lluvia débil o torrencial, el cambiante paso de un viento o vientecillo, un tronco caído, un canto rebotando lanzado por un niño, una simple hoja… El efecto mariposa, ¡que concepto tan apasionante!
En una sonrisa Teresa ocultó todo aquello que, sin saber aun como ni porque, se estaba revelando en sus cavilaciones. Luego volvió su mirada hacia el estanque que se abría en frente suyo: quietud, ligeramente alterable pero comparativamente con todo aquello que acababa de contemplar la primera palabra que le vino a la cabeza era esa… Quietud, mas, contradictoriamente, inquietud… ¡Qué chocante percepción! En ese bálsamo de vida apaciguada no respiraba paz… Teresa percibía angustia. Allí, donde todo era más previsible, donde el agua parecía reposar, donde… Teresa se estremeció, en su pensamiento se introdujo una idea que la hizo temblar de pies a cabeza: en aquellas aguas estancadas casi todo habitaba dentro de lo establecido, era como un acomodado y a la vez conformista ecosistema donde distintos organismos desarrollaban un papel limitado a la vez a las posibilidades y a las exigencias pautados por el medio, la mitad de las veces, y por los seres considerados o establecidos como más poderosos, en otras tantas ocasiones.
Teresa se puso las manos en la cabeza. Dios, allí estaba su vida… Su vida y la de tantos… En el río, en el estanque… ¡Regresaba! ¡Por fin comprendía! La vida era como un río. En un manantial de energía nace nuestra existencia y con el flujo del crecer desarrollamos nuestra infancia entre el libre y excitante curso y las represas que el mundo adulto nos quiere mostrar. En nuestra niñez probamos la vida en su máximo esplendor pero la mayoría de personas terminamos rindiéndonos a las pautas convencionales, a aquellos costumbristas e impuestos mandamientos que se forjan en las culturas, en los grupos y subgrupos, en las sociedades “civilizadas”.
-“Me civilizaron” -pensó Teresa- “Desde pequeña me condujeron hacia lo establecido, hacia la “quietud” convencional. Mis rebeldes impulsos de adolescente no sirvieron de nada, mis ansias soñadoras de juventud sucumbieron ante el ímpetu social… Y terminé, ¿cómo no?, en una laguna preformateada y regentada por otros, protegida del río y su salvaje transcurrir, preservada de la irracional vida…”
Sentía a la vez rabia, impotencia y alegría… Cuántos años invertidos… Inversiones en ajenas hechuras, inversiones de objetivos y horizontes… Se sentía muy inquieta y decidió levantarse. Se desnudó de zapatos y, acercándose a la charca que fregaba la playa, introdujo un pie en la apacible agua… Un escalofrío recorrió su cuerpo… El baño parecía cálido y desde luego improvisto de sorpresas, pero… ¡No! ¡Basta ya! Teresa vadeó la poza del Nunca Jamás y se dirigió al río…
¿Nunca? Quizás, acaso, posiblemente… Pero no lo sabría si no regresaba, si no se reencontraba con su cauce natural. En él se oleaban sus ilusiones, en él ondeaban sus sueños, en él germinaban los juegos, la aventura, el atractivo de lo desconocido… En él…
Teresa entró en el agua y, bordeando la orilla, fue subiendo hasta llegar al salto de agua. Allí se despojó de toda su ropa y desnuda, tal como llegó a la vida, regresó a ella.
…
El agua estaba helada pero a Teresa no la importó lo más mínimo. Al contrario, con el frío sintió como si su piel despertara de un largo letargo, sintió como si su corazón volviera a bombear su perdida fe en el destino, su extraviada fe en sí misma… Se sentía rejuvenecida, se sentía más mujer que nunca, se sentía… Jo, por fin, más niña que siempre…
Nunca iba a recordar cuanto tiempo transcurrió hasta que decidió abandonar el baño. Pero nunca jamás olvidaría lo que allí vivió y sintió.
Al regresar a casa se encontró la cena encima la mesa. Al lado Raimon había dejado una nota… En ella se podía leer…
“EL RÍO DE LA VIDA”
Bienvenida a Nunca Quizás
Un beso
Raimon
Bienvenida a Nunca Quizás
Un beso
Raimon
Después de leer Teresa no reaccionó ya para nada con la razón, simplemente volvió a sonreírse…
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