FRAGMENTOS LITERARIOS... EL MACHISMO A DEBATE... LA FALSA HOMBRÍA DEL HOMO ERECTUS... FRAGMENTO DE LA NOVELA "A LA LUNA, A TI, MI CIELO, Y A MIS QUERIDAS ESTRELLAS"
El otro día estaba tomando un café en un bar y entró un señor y se sentó frente a la barra, a mi lado, y pidió una cerveza. Debía de conocer bien al camarero, pues no tardaron en empezar un diálogo intimista que no pude evitar escuchar. Contaba el hombre que cuando se separó de su primera mujer había jurado no volver a caer en la trampa del matrimonio. Con el tiempo se ve que incumplió su promesa ya que se hallaba en aquellos momentos de confidencias masculinas hablando de su nueva esposa. Con ella, decía, se encontraba mucho mejor, pues su amada dama era una hembra muy hogareña, le gustaba poco salir y, aunque también trabajaba, mantenía en su casa una limpieza y un orden dignos de mención. Terminó bromeando que si otra vez le salía mal se tendría que hacer gay. Al oír lo que contaba no pude evitar mi asombro y, girando mi cara, le eché una mirada que me pareció que muy suave no debía de ser pues más bien pareció disgustarle.
A veces no puedo evitar sentir vergüenza de ser hombre en esta sociedad tan moderna pero tan paleolítica que me ha tocado compartir. Me cuesta mucho aceptar como semejantes a una buena parte de la especie varonil. No entiendo a aquellos machos que siguen mirando a la mujer como si de un objeto productor de deseo se tratara. Sus ojos han diseñado una conexión directa a sus testículos y cuando perciben un físico atrayente todas sus neuronas se transforman increíblemente en hormonas. Su moral se diluye con sus ansias de cazadores y su sensibilidad limita su campo de acción a la punta de su capullo. Esa clase de tipos me producen mucho asco y un poco de pena. Para ellos el más allá es una cama redonda y los ideales son medidas anatómicas de pecho y cadera.
Me acuerdo cuando era muy joven que alguna vez discutimos con los amigos cuáles eran los atractivos de la mujer que más nos conmocionaban. Había uno que aseguraba que eran los dedos de los pies. Hace años que no lo veo, pero supongo que con el tiempo ya se habrá psicoanalizado. La controversia acostumbraba a centrarse en limitar las preferencias a los senos y a la zona pélvica, la que se ve envuelta por un buen culo y una mágica vulva. Por aquel entonces yo ya era extraño, pues siembre respondía con la misma patraña: los ojos, la mirada y, desde luego, la forma de sonreír.
Sigo pensando lo mismo. Para mí los ojos de una mujer son el espejo de su alma y en la dulzura de su sonrisa se dibuja la pureza de su corazón. Allí centro mi gusto y allí se concentran mis más puros deseos. Observar descaradamente las partes más sexuales de una señora que no me pertenece no me interesa. Lo encuentro de mal gusto y es una falta de respeto que me molesta sobremanera.
Aunque parezca mentira aún debemos incluir dentro de esa especie animal tan rara que es el hombre a unos cuantos individuos que siguen pensando que donde mejor debería estar la mujer es en casa. Ellos ya se encargarán de ganar lo suficiente para suministrarle cuantos más lujos, mejor, y ellas podrán dedicarse a aquello para lo que fueron hechas: a mantenerse guapas para sus maridos, a cuidarse del hogar y a tener y educar a los hijos. Manteniendo estos esquemas, que parece ser que siempre funcionaron, ellos se sienten más importantes, ¿o debería decir “más machos”? No dudo de que esta fórmula, aceptada y bien llevada por los dos miembros de la pareja, puede funcionar. El problema reside en que casi siempre tanto la cabeza de familia como su subordinada olvidan que la forzosa ama de casa puede tener también otras ambiciones o sueños. Y necesita otras cosas, precisa, además de como consorte y madre, realizarse como persona... No, con esta categoría de varonil espécimen, que a menudo coincide con el anterior, el de la nariz con forma de pene, ¿recuerdas?, tampoco puedo sentirme hermanado.
Son muchos los hombres que presumen de sus conquistas. Seguramente eso los hace, aunque más de la mitad de lo que cuenten sea mentira, sentirse más prestigiosos. A mí, particularmente, poder decir que me acosté con más de mil mujeres, como oí explicar una vez a un famoso actor de cine, me haría sentir un inútil. Si entre tantas mujeres no pude enamorar ni me enamoré de ninguna, ¡no valgo nada! Hace muy pocas líneas, buscando un sinónimo de la palabra “macho” me encontré con el término “semental”. A su lado estaba escrito el vocablo “verraco”, que bien buscado significa: “marrano, cochino, cerdo y puerco”. Que sabio es el lenguaje, ¿a qué sí? Pues eso acaban siendo esos chulescos prototipos de hombruna vanidad.
También podríamos hacer mención de aquellos amantes esposos que tienen tantas ocupaciones que casi nunca tienen tiempo de parar en casa. Anteponen sus obligaciones profesionales, sus cuidados personales y el disfrute de sus aficiones a la temida vida familiar. Cuando salen del trabajo suelen parar en un bar para ganar tiempo con una cerveza y la emocionante charla con sus compañeros de copa. Los días de fiesta suelen apalancarse en el sillón o desaparecer para ir en bici con los amigos, para irse a pescar o para simplemente no estar. Normalmente tapan sus deserciones con la perentoria necesidad de paliar el cansancio que la responsabilidad de trabajar para ganar el sustento de la familia les produce. Los pobres necios creen ganarse ratos extras de reposo y lo que consiguen es perderse las maravillosas vivencias que el hogar, la mujer y los hijos podrían ofrecerles. Su solitaria vida en familia me apena profundamente. Porque no es lo mismo “tener” que “poseer” y aquellos que prefieren llenar el baúl de los recuerdos de caprichosas anécdotas pudiendo colmarlo con impagables experiencias acaban siendo trotamundos en la inerte tierra de los inapetentes espíritus.
Últimamente se está poniendo de moda también un tipo de masculinidad que yo, personalmente, percibo como una forma repugnante de intentar destacar. La búsqueda del hombre perfecto, la irrefrenable batalla por parecerse cada vez más a los envidiados modelos que la moda de turno presenta ha conseguido que muchos hombres estén haciendo del culto al cuerpo una nueva religión que abraza como paraíso el cielo de los narcisistas. Suelen ejercitar su ego en los gimnasios y sacan el brillo de su personalidad en las máquinas de rayos UV. Los ves pasear con aire interesante, seguros de que todas las miradas femeninas se rendirán a su musculosa hermosura. La vida es para ellos una pasarela que les permitirá conquistar el mundo con sus atributos. En el esfuerzo por sobresalir son capaces de todo. Están los que llegan incluso a operarse su particular cerebro, o sea el miembro viril, para llegar a creerse mejor dotados. Alguien en el colegio debió de contarles que la evolución del mono hacia el homo erectus conllevaba una más espectacular erección. Y claro, muy monos están, pues, muy monos se creen, seguro, y antropológicamente muy monos siguen siendo. Pues sí, a veces me avergüenzo de ser hombre cuando observo ciertas actitudes ante la mujer, ante la familia y ante la vida que algunos elementos de mi sexo adoptan. Con mi sarcástica crítica de algunas de estas posturas no pretendo ni mucho menos echarme flores. Ni me siento especial, ni soy único ni mucho menos creo que represente a lo mejor del desde ya hace mucho denominado “homo sapiens”. Simplemente creo que si todos los hombres abandonáramos un día el cultivo de nuestra mal llamada “hombría” y nos dedicáramos a potenciar nuestra calidad como personas, seguro que, aunque fuera poco, mejoraríamos las perspectivas de esa humanidad tan maltratada.
A veces no puedo evitar sentir vergüenza de ser hombre en esta sociedad tan moderna pero tan paleolítica que me ha tocado compartir. Me cuesta mucho aceptar como semejantes a una buena parte de la especie varonil. No entiendo a aquellos machos que siguen mirando a la mujer como si de un objeto productor de deseo se tratara. Sus ojos han diseñado una conexión directa a sus testículos y cuando perciben un físico atrayente todas sus neuronas se transforman increíblemente en hormonas. Su moral se diluye con sus ansias de cazadores y su sensibilidad limita su campo de acción a la punta de su capullo. Esa clase de tipos me producen mucho asco y un poco de pena. Para ellos el más allá es una cama redonda y los ideales son medidas anatómicas de pecho y cadera.
Me acuerdo cuando era muy joven que alguna vez discutimos con los amigos cuáles eran los atractivos de la mujer que más nos conmocionaban. Había uno que aseguraba que eran los dedos de los pies. Hace años que no lo veo, pero supongo que con el tiempo ya se habrá psicoanalizado. La controversia acostumbraba a centrarse en limitar las preferencias a los senos y a la zona pélvica, la que se ve envuelta por un buen culo y una mágica vulva. Por aquel entonces yo ya era extraño, pues siembre respondía con la misma patraña: los ojos, la mirada y, desde luego, la forma de sonreír.
Sigo pensando lo mismo. Para mí los ojos de una mujer son el espejo de su alma y en la dulzura de su sonrisa se dibuja la pureza de su corazón. Allí centro mi gusto y allí se concentran mis más puros deseos. Observar descaradamente las partes más sexuales de una señora que no me pertenece no me interesa. Lo encuentro de mal gusto y es una falta de respeto que me molesta sobremanera.
Aunque parezca mentira aún debemos incluir dentro de esa especie animal tan rara que es el hombre a unos cuantos individuos que siguen pensando que donde mejor debería estar la mujer es en casa. Ellos ya se encargarán de ganar lo suficiente para suministrarle cuantos más lujos, mejor, y ellas podrán dedicarse a aquello para lo que fueron hechas: a mantenerse guapas para sus maridos, a cuidarse del hogar y a tener y educar a los hijos. Manteniendo estos esquemas, que parece ser que siempre funcionaron, ellos se sienten más importantes, ¿o debería decir “más machos”? No dudo de que esta fórmula, aceptada y bien llevada por los dos miembros de la pareja, puede funcionar. El problema reside en que casi siempre tanto la cabeza de familia como su subordinada olvidan que la forzosa ama de casa puede tener también otras ambiciones o sueños. Y necesita otras cosas, precisa, además de como consorte y madre, realizarse como persona... No, con esta categoría de varonil espécimen, que a menudo coincide con el anterior, el de la nariz con forma de pene, ¿recuerdas?, tampoco puedo sentirme hermanado.
Son muchos los hombres que presumen de sus conquistas. Seguramente eso los hace, aunque más de la mitad de lo que cuenten sea mentira, sentirse más prestigiosos. A mí, particularmente, poder decir que me acosté con más de mil mujeres, como oí explicar una vez a un famoso actor de cine, me haría sentir un inútil. Si entre tantas mujeres no pude enamorar ni me enamoré de ninguna, ¡no valgo nada! Hace muy pocas líneas, buscando un sinónimo de la palabra “macho” me encontré con el término “semental”. A su lado estaba escrito el vocablo “verraco”, que bien buscado significa: “marrano, cochino, cerdo y puerco”. Que sabio es el lenguaje, ¿a qué sí? Pues eso acaban siendo esos chulescos prototipos de hombruna vanidad.
También podríamos hacer mención de aquellos amantes esposos que tienen tantas ocupaciones que casi nunca tienen tiempo de parar en casa. Anteponen sus obligaciones profesionales, sus cuidados personales y el disfrute de sus aficiones a la temida vida familiar. Cuando salen del trabajo suelen parar en un bar para ganar tiempo con una cerveza y la emocionante charla con sus compañeros de copa. Los días de fiesta suelen apalancarse en el sillón o desaparecer para ir en bici con los amigos, para irse a pescar o para simplemente no estar. Normalmente tapan sus deserciones con la perentoria necesidad de paliar el cansancio que la responsabilidad de trabajar para ganar el sustento de la familia les produce. Los pobres necios creen ganarse ratos extras de reposo y lo que consiguen es perderse las maravillosas vivencias que el hogar, la mujer y los hijos podrían ofrecerles. Su solitaria vida en familia me apena profundamente. Porque no es lo mismo “tener” que “poseer” y aquellos que prefieren llenar el baúl de los recuerdos de caprichosas anécdotas pudiendo colmarlo con impagables experiencias acaban siendo trotamundos en la inerte tierra de los inapetentes espíritus.
Últimamente se está poniendo de moda también un tipo de masculinidad que yo, personalmente, percibo como una forma repugnante de intentar destacar. La búsqueda del hombre perfecto, la irrefrenable batalla por parecerse cada vez más a los envidiados modelos que la moda de turno presenta ha conseguido que muchos hombres estén haciendo del culto al cuerpo una nueva religión que abraza como paraíso el cielo de los narcisistas. Suelen ejercitar su ego en los gimnasios y sacan el brillo de su personalidad en las máquinas de rayos UV. Los ves pasear con aire interesante, seguros de que todas las miradas femeninas se rendirán a su musculosa hermosura. La vida es para ellos una pasarela que les permitirá conquistar el mundo con sus atributos. En el esfuerzo por sobresalir son capaces de todo. Están los que llegan incluso a operarse su particular cerebro, o sea el miembro viril, para llegar a creerse mejor dotados. Alguien en el colegio debió de contarles que la evolución del mono hacia el homo erectus conllevaba una más espectacular erección. Y claro, muy monos están, pues, muy monos se creen, seguro, y antropológicamente muy monos siguen siendo. Pues sí, a veces me avergüenzo de ser hombre cuando observo ciertas actitudes ante la mujer, ante la familia y ante la vida que algunos elementos de mi sexo adoptan. Con mi sarcástica crítica de algunas de estas posturas no pretendo ni mucho menos echarme flores. Ni me siento especial, ni soy único ni mucho menos creo que represente a lo mejor del desde ya hace mucho denominado “homo sapiens”. Simplemente creo que si todos los hombres abandonáramos un día el cultivo de nuestra mal llamada “hombría” y nos dedicáramos a potenciar nuestra calidad como personas, seguro que, aunque fuera poco, mejoraríamos las perspectivas de esa humanidad tan maltratada.
FRAGMENTOS LITERARIOS... EL MACHISMO A DEBATE... LA FALSA HOMBRÍA DEL HOMO ERECTUS... FRAGMENTO DE LA NOVELA "A LA LUNA, A TI, MI CIELO, Y A MIS QUERIDAS ESTRELLAS" de Miquel Beltran i Carreté
Me ha gustado tu tema, mucho mas la forma que piensas.
ResponderEliminarTe agradezco lo publiques
Impresionantemente real. La observación es absolutamente palpable a diario y tus palabras enriquecen nuestras caracteristicas y cualidades de mujer.
ResponderEliminarGracias!