Del amor y el desamor: El miedo a los rumores...
(del libro "A la luna, a ti, mi cielo, y a mis queridas estrellas")
(del libro "A la luna, a ti, mi cielo, y a mis queridas estrellas")
Resulta imposible tirar una piedrecita a la reposada agua de una laguna sin alterarla. Con el impacto en la superficie nacerán unas concéntricas ondas que se irán alejando del punto de contacto, llegando más o menos lejos según el lanzamiento haya sido más o menos potente y el tamaño de la piedra sea más o menos grande. Si alguien llega al lugar inmediatamente después de la tirada y percibe las ondas no tiene por que entender la causa y si le da la gana le será fácil, seguro, inventar una explicación que le sea plausible: “¡He visto un pez! ¡Acaba de saltar en el agua!” ¿Y si ese alguien no va solo? Entonces no habrá una, habrá diferentes personas que, aun sin haber visto ni las ondulaciones, estarán dispuestas a jurar que una trucha, más o menos gigantesca según sus ganas de destacar, acaba de mostrarse fuera del agua.
Cuando era pequeño recuerdo que jugábamos a un juego que nos encantaba. Lo llamábamos “el teléfono”. Nos poníamos con mis amigos y amigas sentados en círculo y el que empezaba a jugar tenía que decir una palabra o frase corta lo más rápido posible al oído del niño sentado a la derecha. El que recogía el mensaje lo pasaba, siempre pronunciándolo a toda velocidad, y así se continuaba hasta que el o los vocablos, o lo que quedaba de este o estos, llegaban al último niño. La gracia consistía en la premura al hablar, en ver la cara que ponía el que intentaba escuchar y, sobre todo, en descubrir cuál podía llegar a ser la transformación… Así, un “Javi es guapo” podía convertirse, mal transmitido, en un “pa’ ti un sopapo”, que nos hacía reír a todos.
No, querida, no estoy borracho. Te juro que en la cena sólo he bebido agua… Ya sé que parece un poco inconexo todo lo que estoy explicando, pero si lo lees bien y sabes buscar la relación entre uno y otro relato me parece que no te será difícil adivinar a dónde pretendo llegar…
Últimamente me da muchas vueltas en la cabeza algo que sé que no debería importarme demasiado pero que también entiendo que es normal que me preocupe… Estoy metido de lleno en dos historias que, según como acaben concluyendo, van a implicar más de un bombazo en mis entornos emocionales y sociales: el emocional, más próximo y querido, y el social, más distante y menos importante pero, lo intuyo, más reacio a intentar comprender nada que se salga de lo marcado como normal. Podría pasar, quién sabe, que los impactos afectaran también los tuyos, con desmesurada fuerza, si optaras por seguirme, o con rebotada implicación, si se llegara a conocer tu protagonismo. Hundido en el desamor e intentando resucitar en el amor me voy dando cuenta cada vez con más conciencia de lo que se puede esconder en el cambio de rumbo que mi vida puede sufrir. Si acabo separándome de mi mujer ya supondrá por sí solo un azote tremendo para las expectativas que mi vida familiar siempre generó. Las connotaciones naturales de este acto ya me angustian por sí solas. Si además me imagino cuántas pueden llegar a ser las derivaciones artificiales, las insinuaciones malintencionadas y las interpretaciones infundadas, entonces el espanto puede llegar a ser terrorífico. Y no te digo cuales son mis percepciones si se me ocurre pensar en que tú decidieras seguirme… El caos, ¿no crees? En nuestro mundo se produciría un seísmo de tal magnitud que sólo imaginarlo ya te tumba…
Percibo que me estoy preparando para un momento trascendental de mi vida. Muy probablemente, si no se empiezan a producir cambios radicales en mis mundos interior y exterior, voy a lanzar una piedra de dimensiones incalculables al agua. Será una o serán varias, no sé, pero de lo que estoy seguro es que, aunque lance o lancemos con la mayor cautela, aunque envuelva o envolvamos las rocas con mil razones y argumentos, habrá muchos que no se conformarán con aceptar las ondas como el resultado de algo privado y normal como la vida misma. Y es así, ¿o no? El amor y el desamor, a pesar de que nos puedan parecer desde fuera inesperados e incomprensibles, deben o deberían ser siempre aceptados como una parte natural de nuestra existencia.
Pero no, si al final me decido o nos decidimos a tomar decisiones entonces todo el mundo se creerá con el derecho a opinar, a juzgar e incluso a condenar. Cuanto menos nos quieran, cuanto menos nos conozcan más teorías lanzarán al aire que la ignorancia respira o, si lo prefieres, más piedras lanzarán al río intentando que la calma tarde cuanto más mejor en llegar al estuario donde intentaremos traspasar a un nuevo mar. ¿Y entonces? Las ondas producidas por nuestra acción se confundirán con las que se crearon supuestamente para describir las reales causas pero que al final siempre acaban confundiéndolas hasta teñirlas con la cruel y malintencionada sospecha. Aquello que debería estar parcialmente turbio por los efectos que cualquier ruptura comporta acabará ensuciándose por la contaminación de aquellos a los cuales no debería importarles un comino.
Y yo podría decir a mi mujer un día: “Me separo porque ya no te amo y tal y cual y…”. Y a la semana, aún sin llegar al final de la cadena de transmisión, como si siguiéramos jugando al “teléfono”, podría empezar a escucharse: “¡Se separa porque ama a un tal Pascual!”. Y así, de alguna manera, se va justificando lo inexplicable. La estúpida lógica de la mayoría de la audiencia abogaría una y mil veces que esa no es una razón de peso: ¡Separarse porque uno ha dejado de amar! ¡Imposible! ¡Se ha vuelto gay y se enamoró de otro hombre! ¡Dicen que la mujer los pilló en la cama!
Y así funciona… ¿Por qué? Yo consideraría varias razones, aunque seguro que habrá más… Podría hablarte de la tendencia social a buscar explicaciones que no contradigan su modus vivendi, podría explicarte que hay mucha, mucha gente que no soporta el desconocimiento y que suele afrontarlo con la invención o la mentira… También podríamos buscar en la necesidad de llenar los vacíos: ¡hay tantas personas que aceptan vivir una vida vacía de emociones! Y entonces, ¿cómo la van a llenar? Especulando con la vida de los demás, apropiándose de sus sufrimientos, enarbolando su rabia, riendo con sus alegrías y llorando con sus penas… Dramatizan nuestros dramas hasta convertirlos en tragedias y llegan a escandalizarse por el simple placer de sentenciar tus actos para consolidar la idea de que los suyos son los correctos. Aquel razonamiento de que “todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario” ellos lo escribieron un día en el papel higiénico de su cuarto de baño. Necesitan asentar la culpabilidad de los demás para asegurar su inocencia. Si pudiera escoger un apodo para clasificar este tipo de gente los bautizaría tranquilamente con el término “buitres carroñeros de las emociones”. ¿Se nota que mi consideración de esa especie “humana” no es muy alta?
Yo destacaría otra explicación para esas actitudes contaminantes, una razón que iría muy ligada a la forma de meterse en la vida de los demás que acabo de describir y que, sin duda, la convierte aún en más perversa: la tendencia natural que tienen muchos de escoger, entre todas las aclaraciones posibles, la que más atroz resulte. Claro que si solo fuera escoger… El problema es que asumen esa elección como si tuviera que ser verdad y así, sin ninguna conciencia y sin evaluar el daño que pueden causar, la transmiten a todo aquel que quiera escuchar lo cual, obviamente, implica a muchos oyentes y potenciales transmisores…
Si, ya sé, no debería preocuparme demasiado el “qué dirán…”, no debería preocuparnos…, pero, valorando lo dicho, entiende que mi intuición me dice que si al final algo pasa, las consecuencias acabarán inevitablemente siendo mucho más perniciosas de lo que deberían ser. El solo hecho de pensar en eso me asusta, me enrabia, pero debo acabar entendiendo que lo que puedan decir o pensar los demás nunca debe ser un freno para nuestros actos. Y me hago un firme propósito: si nunca llega el momento en que tú me tiendes la mano y, mirando a tu alrededor te estremeces, voy a leerte ese poema con que introduje el capítulo, voy a gritar bien fuerte: ¡Déjalos!