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ENLACE CON EL ÍNDICE
3.2.1. Camino a casa: De cómo las distancias parecen cortas cuando se camina en buena compañía…
Teresa no recordaban que ella hubiera aguantado ni que nadie le hubiera aguantado la mirada tanto tiempo como el Guía y ella llevaban. El Guía…
-¿Cómo te llamas?- preguntó Teresa.
-Raimon. En Goig Raimon Corazón Bravo…
-No entiendo… Aina se apellidaba Lago y Fuego, tú Corazón Bravo, ¿de qué tribu india sois? ¿Sioux?... Ay, perdona, es broma…
-No importa, me encanta el sentido del humor… ¿Sabes? Desde siempre en Goig se han acogido costumbres de otros pueblos y culturas lejanos que se haya considerado que puedan enriquecer la propia. Esa costumbre, la de unir tu nombre con dos conceptos o cualidades que te definan, arraigó aquí hace dos siglos. Pero ese privilegio hay que ganarlo. Tú eres ahora mismo, simple y llanamente, Teresa…
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Pablo me avisó que venías. Somos muy amigos y me conoce bien.
-¿Y te dijo quién era? ¿Cómo era?
-No, simplemente me hizo llegar una nota con el tren. Decía: “Viene en este tren. Se llama Teresa”
Teresa se quedó callada. No entendía… Pero, ¿Para qué tenía que entender nada?
Se habían quedado solos. Seguían allí de pie, cogidos de las manos… Raimon se dio cuenta y propuso marchar…
-¿Vamos?
-¿A dónde?
-A tu casa, hay que ayudarte a formar un hogar…
Empezaron a caminar por el camino que atravesaba el bosque que abrigaba la playa. Teresa tenía muchas preguntas por hacer y quiso empezar, pero Raimon, con el índice en los labios, la invitó a callar…
-Ssss, escucha, sólo escucha…
La música ya lejana de las olas rompiendo la arena se mezclaba con el silbido de la brisa fregando las ramas de los árboles, las cuales, al danzar y chocar entre sí, provocaban un encuentro de hojas primaverales que percusionaban a un ritmo suave, muy suave. Coros de aves y pajarillos de diferentes especies dibujaban la tonada en un pentagrama lleno de colores y olores que provocaba un vergel de sensaciones.
Cuando salieron del bosque Raimon rompió el silencio:
-Si no aprendes a escuchar con todos los sentidos a la naturaleza nunca podrás escucharte a ti misma.
-No, si…me encantó, de verdad… Fue…
-Lo sé: único… ¿Te das cuenta? Como tú, ¿no?
Las preguntas obvias no esperan respuesta y Teresa fue respetuosa con esta consigna. Caminaban por un camino que cortaba dos prados, a la izquierda un jardín de árboles frutales y a la derecha un dorado pasto de trigo.
-¿Tienes hambre?- preguntó Raimon.
Teresa asintió con la cabeza. No había comido nada desde… Raimon la cogió de la mano y siguieron andando un corto tramo de camino. Él no dejaba de mirar a la izquierda. Cuando encontró lo que buscaba estiró a Teresa y los dos entraron en el prado de los árboles frutales. A veinte pasos había una enorme higuera. A sus pies se estiraba una estora rectangular hecha de… ¿lino?. Encima la estora había un cesto de mimbre y un cántaro.
-Los campesinos de Goig dejan siempre aquí y allá merenderos preparados por si el viajero tiene hambre. ¿Qué te apetece? A ver, tenemos higos, manzanas, peras, melocotones,…, ¿fresas?
-Es que estoy tan asombrada… ¿Y no hay que pagar nada? ¿Unas fresas y un par de melocotones?
-Esos frutos nacen de la sangre de la tierra… Del sudor de los hombres y mujeres que lo han cuidado todo para que puedan nacer, sí, pero sin ese cielo que les regaló su agua, sin las abejas que transportan las simientes, sin el árbol o la planta que se esforzó para trasladar el alimento a todas sus partículas,… ¿A quién o a qué hay que pagarle? Ahora vengo… Más adelante ya te explicaré como funcionamos aquí con esas cosas…
Raimon cogió el cesto y se puso a recoger… Teresa aprovechó para beber un poco de agua del cántaro y se puso a pensar… ¿Por qué cosas tan sencillas cómo las que empezaba e descubrir aquí en Goig le parecían tan extrañas? ¡Cuánta lógica había en todo aquello que Raimon le iba narrando! ¡Cuánta bondad! Realmente en el mundo donde había vivido todos aquellos principios religiosos y morales que desde pequeña había escuchado no eran más que eso: principios teóricos que pocas veces iniciaban la ronda que en su esencia bosquejaban… Desde luego en la Tierra de Nunca Jamás la bondad no era un bien común como parecía ser en Goig…
Raimon volvió con el cesto medio lleno…
-He recogido lo justo para empezar. Si después tenemos más hambre ya iré a buscar más… ¿Sabes? A veces consideramos las cosas que la naturaleza nos da como regalos gratuitos y las tomamos sin medida, sin darles más valor que el que tiene lo que ya era tuyo. No debe ser así. Nunca debemos dejar de agradecer lo que se nos ofrece y siempre debemos tomar lo justo, ni más ni menos.
Estuvieron comiendo en silencio hasta que los dos terminaron…
-¿Te quedaste con hambre? – preguntó Raimon.
-Estoy bien, gracias, mil gracias, doscientas mil gracias,…
Teresa estaba muy conmovida y las lágrimas empezaron a brotar de sus cansados ojos… Raimon se dio cuenta de lo que pasaba…
-Debes estar agotada… ¿Cuánto hace que no duermes? ¿Quieres echarte una siestecita?
-No me digas ahora que los campesinos han dejado una hamaca colgada de los árboles para el viajero…-respondió mezclando risa y sollozo Teresa.
-Anda, ven aquí, debes descansar un rato… Están siendo demasiadas cosas…
Raimon se sentó en el suelo. Con la espalda pegada al grueso tronco de la higuera y las piernas abiertas invitó a Teresa a acomodarse con su cuerpo. Ella se sentó entre sus piernas y, apoyando su espalda en aquella almohada tan tierna y su cabeza en aquel pecho tan dadivoso, cerró los ojos. Mientras la goma de los sueños empezaba a borrar sus pensamientos notó como las manos de Raimon soltaban sus dedos para que pasearan y jugaran entre sus cabellos. Con esa maravillosa sensación acunó su cansancio y se quedó dormida…
…
La despertó una canción, una balada dulcemente depositada en su oído…
Era Raimon. ¿Cómo sabía que esa canción…? No, no iba a preguntarlo…
-Has dormido bien, ¿sí? Ahora deberíamos partir. Se va haciendo tarde.
Levantaron el “campamento”, dejando todo tal cual lo habían encontrado, y partieron… Mientras seguían el camino Teresa y Raimon no pararon de hablar. Dieron curso a la necesidad de ir conociéndose y ambos fueron contando vivencias y detalles de su vida anterior, pedacitos de aquella historia que nos convierte en quienes somos.
Cuando empezaba ya a anochecer divisaron un poblado. Para llegar solo les quedaba cruzar un puentecito de madera que atravesaba el río que fluía pegado a las casas.
-Estamos llegando – dijo Raimon.
-Pues estamos muy cerca de la playa, ¿no?
-Tan cerca como diecinueve kilómetros y cinco horas de marcha.
-Vaya, pues, se me hizo corto…
- Las distancias parecen cortas cuando se camina en buena compañía…
CONTINUA
ENLACE CON EL TEXTO DEL LIBRO COMPLETADO
-¿Cómo te llamas?- preguntó Teresa.
-Raimon. En Goig Raimon Corazón Bravo…
-No entiendo… Aina se apellidaba Lago y Fuego, tú Corazón Bravo, ¿de qué tribu india sois? ¿Sioux?... Ay, perdona, es broma…
-No importa, me encanta el sentido del humor… ¿Sabes? Desde siempre en Goig se han acogido costumbres de otros pueblos y culturas lejanos que se haya considerado que puedan enriquecer la propia. Esa costumbre, la de unir tu nombre con dos conceptos o cualidades que te definan, arraigó aquí hace dos siglos. Pero ese privilegio hay que ganarlo. Tú eres ahora mismo, simple y llanamente, Teresa…
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Pablo me avisó que venías. Somos muy amigos y me conoce bien.
-¿Y te dijo quién era? ¿Cómo era?
-No, simplemente me hizo llegar una nota con el tren. Decía: “Viene en este tren. Se llama Teresa”
Teresa se quedó callada. No entendía… Pero, ¿Para qué tenía que entender nada?
Se habían quedado solos. Seguían allí de pie, cogidos de las manos… Raimon se dio cuenta y propuso marchar…
-¿Vamos?
-¿A dónde?
-A tu casa, hay que ayudarte a formar un hogar…
Empezaron a caminar por el camino que atravesaba el bosque que abrigaba la playa. Teresa tenía muchas preguntas por hacer y quiso empezar, pero Raimon, con el índice en los labios, la invitó a callar…
-Ssss, escucha, sólo escucha…
La música ya lejana de las olas rompiendo la arena se mezclaba con el silbido de la brisa fregando las ramas de los árboles, las cuales, al danzar y chocar entre sí, provocaban un encuentro de hojas primaverales que percusionaban a un ritmo suave, muy suave. Coros de aves y pajarillos de diferentes especies dibujaban la tonada en un pentagrama lleno de colores y olores que provocaba un vergel de sensaciones.
Cuando salieron del bosque Raimon rompió el silencio:
-Si no aprendes a escuchar con todos los sentidos a la naturaleza nunca podrás escucharte a ti misma.
-No, si…me encantó, de verdad… Fue…
-Lo sé: único… ¿Te das cuenta? Como tú, ¿no?
Las preguntas obvias no esperan respuesta y Teresa fue respetuosa con esta consigna. Caminaban por un camino que cortaba dos prados, a la izquierda un jardín de árboles frutales y a la derecha un dorado pasto de trigo.
-¿Tienes hambre?- preguntó Raimon.
Teresa asintió con la cabeza. No había comido nada desde… Raimon la cogió de la mano y siguieron andando un corto tramo de camino. Él no dejaba de mirar a la izquierda. Cuando encontró lo que buscaba estiró a Teresa y los dos entraron en el prado de los árboles frutales. A veinte pasos había una enorme higuera. A sus pies se estiraba una estora rectangular hecha de… ¿lino?. Encima la estora había un cesto de mimbre y un cántaro.
-Los campesinos de Goig dejan siempre aquí y allá merenderos preparados por si el viajero tiene hambre. ¿Qué te apetece? A ver, tenemos higos, manzanas, peras, melocotones,…, ¿fresas?
-Es que estoy tan asombrada… ¿Y no hay que pagar nada? ¿Unas fresas y un par de melocotones?
-Esos frutos nacen de la sangre de la tierra… Del sudor de los hombres y mujeres que lo han cuidado todo para que puedan nacer, sí, pero sin ese cielo que les regaló su agua, sin las abejas que transportan las simientes, sin el árbol o la planta que se esforzó para trasladar el alimento a todas sus partículas,… ¿A quién o a qué hay que pagarle? Ahora vengo… Más adelante ya te explicaré como funcionamos aquí con esas cosas…
Raimon cogió el cesto y se puso a recoger… Teresa aprovechó para beber un poco de agua del cántaro y se puso a pensar… ¿Por qué cosas tan sencillas cómo las que empezaba e descubrir aquí en Goig le parecían tan extrañas? ¡Cuánta lógica había en todo aquello que Raimon le iba narrando! ¡Cuánta bondad! Realmente en el mundo donde había vivido todos aquellos principios religiosos y morales que desde pequeña había escuchado no eran más que eso: principios teóricos que pocas veces iniciaban la ronda que en su esencia bosquejaban… Desde luego en la Tierra de Nunca Jamás la bondad no era un bien común como parecía ser en Goig…
Raimon volvió con el cesto medio lleno…
-He recogido lo justo para empezar. Si después tenemos más hambre ya iré a buscar más… ¿Sabes? A veces consideramos las cosas que la naturaleza nos da como regalos gratuitos y las tomamos sin medida, sin darles más valor que el que tiene lo que ya era tuyo. No debe ser así. Nunca debemos dejar de agradecer lo que se nos ofrece y siempre debemos tomar lo justo, ni más ni menos.
Estuvieron comiendo en silencio hasta que los dos terminaron…
-¿Te quedaste con hambre? – preguntó Raimon.
-Estoy bien, gracias, mil gracias, doscientas mil gracias,…
Teresa estaba muy conmovida y las lágrimas empezaron a brotar de sus cansados ojos… Raimon se dio cuenta de lo que pasaba…
-Debes estar agotada… ¿Cuánto hace que no duermes? ¿Quieres echarte una siestecita?
-No me digas ahora que los campesinos han dejado una hamaca colgada de los árboles para el viajero…-respondió mezclando risa y sollozo Teresa.
-Anda, ven aquí, debes descansar un rato… Están siendo demasiadas cosas…
Raimon se sentó en el suelo. Con la espalda pegada al grueso tronco de la higuera y las piernas abiertas invitó a Teresa a acomodarse con su cuerpo. Ella se sentó entre sus piernas y, apoyando su espalda en aquella almohada tan tierna y su cabeza en aquel pecho tan dadivoso, cerró los ojos. Mientras la goma de los sueños empezaba a borrar sus pensamientos notó como las manos de Raimon soltaban sus dedos para que pasearan y jugaran entre sus cabellos. Con esa maravillosa sensación acunó su cansancio y se quedó dormida…
…
La despertó una canción, una balada dulcemente depositada en su oído…
Somewhere, over the rainbow, way up high. There's a land that I heard of once in a lullaby. Somewhere, over the rainbow, skies are blue. And the dreams that you dare to dream really do come true.
Era Raimon. ¿Cómo sabía que esa canción…? No, no iba a preguntarlo…
-Has dormido bien, ¿sí? Ahora deberíamos partir. Se va haciendo tarde.
Levantaron el “campamento”, dejando todo tal cual lo habían encontrado, y partieron… Mientras seguían el camino Teresa y Raimon no pararon de hablar. Dieron curso a la necesidad de ir conociéndose y ambos fueron contando vivencias y detalles de su vida anterior, pedacitos de aquella historia que nos convierte en quienes somos.
Cuando empezaba ya a anochecer divisaron un poblado. Para llegar solo les quedaba cruzar un puentecito de madera que atravesaba el río que fluía pegado a las casas.
-Estamos llegando – dijo Raimon.
-Pues estamos muy cerca de la playa, ¿no?
-Tan cerca como diecinueve kilómetros y cinco horas de marcha.
-Vaya, pues, se me hizo corto…
- Las distancias parecen cortas cuando se camina en buena compañía…
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