CAPÍTULO ANTERIOR
ENLACE CON EL ÍNDICE
De cómo los goigeños muestran a Dios en la ternura...
Se quedaron un buen rato sentados, en silencio, mientras juntos iban hojeando aquellos tributos a los difuntos tan extraordinarios. Al final Raimon tuvo que…
- Teresa, deberíamos entrar ya…
- ¿Eh? Sí… claro.
- Estás asustada, ¿verdad?
- No… Bueno, sí, un poco…
- Todo irá bien, ya verás… Vamos.
Se dirigieron a la puerta de entrada del templo. Allí había unos estantes llenos de zapatos. Raimon indicó…
-Tenemos que…
- Me lo imaginaba…
Ambos se descalzaron. Luego Raimon se dirigió al otro lateral de la puerta y recogió dos estoras…
- Es por la humedad. Las vamos a necesitar…
- ¿Por la humedad?
Raimon no respondió. Aferrando a Teresa le pasó el brazo por detrás y con la mano apretando el hombro más lejano la acercó para llevarla hasta dentro.
El suelo era de tierra. Un césped muy cuidado llenaba los espacios y planteles de flores diversas decoraban aquí y allá un jardín realmente agraciado y a la vez curioso. El techo del Templo era abovedo y cubierto enteramente de cristales. “La luz”, pensó Teresa. Las paredes laterales estaban agujereadas por grandes ventanales abiertos. “El aire”, claro. Por dondequiera había espejos redondos sujetados al suelo con pedestales que permitían regular su altura. La gente estaba repartida por la sala y, sentada en las estoras con las piernas cruzadas al estilo indio, se encontraba con su reflejo. En algunos puntos se habían congregado reducidos grupos envolviendo a alguien que quizás había sentido frío en el alma… “El amor”, ese último ingrediente…
Raimon soltó el hombro de Teresa y, apartándose y situándose enfrente suyo, la tomó de las manos…
- Entiendes como funciona todo, ¿verdad?
- Aina lo explicó en su exposición… Sí, lo comprendo.
- Toma tu estora, pues. Aquí está tu espejo. Buen viaje…
Raimon depositó un beso en su mejilla y se alejó. Teresa suspiró largamente y, elevando su mirada al cielo, colocó la estora y se arrodilló en ella.
Una fracción de minuto cruzó sus pensamientos antes de decidirse a explorar, a descubrirse. Estaba preparada… Sí, lo estaba…
Ojos contra retinas, retinas versus mirada interna. Al coincidir en el espejo consigo misma a través de la vista Teresa sintió una sensación muy extraña. Era como si todos sus sentidos quisieran encontrarse también en el cristal: el oído deseaba escuchar el eco de lo antedicho, su olfato intentaba grabar aquellos aromas que nunca se olvidan, el gusto se concentraba en la recuperación de besos perdidos y su piel buscaba el contacto, la caricia que da y recibe, el abrazo que se dirige a su origen…
De pronto sintió como si sus percepciones entraran en un túnel… Uy, se asustó… Se estaba produciendo una sensación parecida a la entrada de un vagón de feria a toda velocidad en un conducto oscuro… Caída libre… Era como si su alma se estuviera separando del cuerpo… Más que eso, era como si su alma quisiera cortar con su cuerpo, como si en medio de un viaje astral se cortara el cordón de plata, como si su ente psíquico fuera a despedirse del físico…
El miedo la llevó de vuelta… No pudo… Entonces reventó: intensos sollozos abrieron el grifo de su angustia y la catarata de las frustraciones saltó al exterior… Y el espejo, su espejo, se rompió…
Acudieron a ella… No se fijó en cuantos eran… Simplemente, uno a uno, recibió sus abrazos y en esa recepción fue destilando el consuelo, al tiempo que iba descubriendo hacia dónde debía dirigirla su necesidad.
Estaban todos y todas sentados. Habían formado un círculo y la rodeaban. Raimon estaba entre ellos. Teresa le miró y quiso…
- No te importa, ¿verdad?
Raimon la miró tiernamente y negó con la cabeza. Entonces Teresa se giró y, dirigiéndose a Ella, suplicó:
-¿Puedes quedarte un rato conmigo? Te necesito…
- Claro que sí, hija mía. Ven conmigo…
Era una señora mayor, aún sin dar la impresión de ancianidad. Era bajita y su femenino y curvado cuerpo ensalzaba unas mejillas coloradas, pintadas de simpatía. Su cabello blanco grisáceo huía del negro a través de unos ojos azul cielo que parecían llevar la paz en un vuelo ternura y comprensión.
Mientras caminaba Teresa quiso saber…
- ¿Cómo te llamas?
- Mariona
- Yo… soy… Teresa…
- Lo sé, cariño. Espera, enseguida llegamos a la Habitación de la Esperanza y allí hablamos, ¿sí?
CONTINUARÁ
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- Teresa, deberíamos entrar ya…
- ¿Eh? Sí… claro.
- Estás asustada, ¿verdad?
- No… Bueno, sí, un poco…
- Todo irá bien, ya verás… Vamos.
Se dirigieron a la puerta de entrada del templo. Allí había unos estantes llenos de zapatos. Raimon indicó…
-Tenemos que…
- Me lo imaginaba…
Ambos se descalzaron. Luego Raimon se dirigió al otro lateral de la puerta y recogió dos estoras…
- Es por la humedad. Las vamos a necesitar…
- ¿Por la humedad?
Raimon no respondió. Aferrando a Teresa le pasó el brazo por detrás y con la mano apretando el hombro más lejano la acercó para llevarla hasta dentro.
El suelo era de tierra. Un césped muy cuidado llenaba los espacios y planteles de flores diversas decoraban aquí y allá un jardín realmente agraciado y a la vez curioso. El techo del Templo era abovedo y cubierto enteramente de cristales. “La luz”, pensó Teresa. Las paredes laterales estaban agujereadas por grandes ventanales abiertos. “El aire”, claro. Por dondequiera había espejos redondos sujetados al suelo con pedestales que permitían regular su altura. La gente estaba repartida por la sala y, sentada en las estoras con las piernas cruzadas al estilo indio, se encontraba con su reflejo. En algunos puntos se habían congregado reducidos grupos envolviendo a alguien que quizás había sentido frío en el alma… “El amor”, ese último ingrediente…
Raimon soltó el hombro de Teresa y, apartándose y situándose enfrente suyo, la tomó de las manos…
- Entiendes como funciona todo, ¿verdad?
- Aina lo explicó en su exposición… Sí, lo comprendo.
- Toma tu estora, pues. Aquí está tu espejo. Buen viaje…
Raimon depositó un beso en su mejilla y se alejó. Teresa suspiró largamente y, elevando su mirada al cielo, colocó la estora y se arrodilló en ella.
Una fracción de minuto cruzó sus pensamientos antes de decidirse a explorar, a descubrirse. Estaba preparada… Sí, lo estaba…
Ojos contra retinas, retinas versus mirada interna. Al coincidir en el espejo consigo misma a través de la vista Teresa sintió una sensación muy extraña. Era como si todos sus sentidos quisieran encontrarse también en el cristal: el oído deseaba escuchar el eco de lo antedicho, su olfato intentaba grabar aquellos aromas que nunca se olvidan, el gusto se concentraba en la recuperación de besos perdidos y su piel buscaba el contacto, la caricia que da y recibe, el abrazo que se dirige a su origen…
De pronto sintió como si sus percepciones entraran en un túnel… Uy, se asustó… Se estaba produciendo una sensación parecida a la entrada de un vagón de feria a toda velocidad en un conducto oscuro… Caída libre… Era como si su alma se estuviera separando del cuerpo… Más que eso, era como si su alma quisiera cortar con su cuerpo, como si en medio de un viaje astral se cortara el cordón de plata, como si su ente psíquico fuera a despedirse del físico…
El miedo la llevó de vuelta… No pudo… Entonces reventó: intensos sollozos abrieron el grifo de su angustia y la catarata de las frustraciones saltó al exterior… Y el espejo, su espejo, se rompió…
Acudieron a ella… No se fijó en cuantos eran… Simplemente, uno a uno, recibió sus abrazos y en esa recepción fue destilando el consuelo, al tiempo que iba descubriendo hacia dónde debía dirigirla su necesidad.
Estaban todos y todas sentados. Habían formado un círculo y la rodeaban. Raimon estaba entre ellos. Teresa le miró y quiso…
- No te importa, ¿verdad?
Raimon la miró tiernamente y negó con la cabeza. Entonces Teresa se giró y, dirigiéndose a Ella, suplicó:
-¿Puedes quedarte un rato conmigo? Te necesito…
- Claro que sí, hija mía. Ven conmigo…
Era una señora mayor, aún sin dar la impresión de ancianidad. Era bajita y su femenino y curvado cuerpo ensalzaba unas mejillas coloradas, pintadas de simpatía. Su cabello blanco grisáceo huía del negro a través de unos ojos azul cielo que parecían llevar la paz en un vuelo ternura y comprensión.
Mientras caminaba Teresa quiso saber…
- ¿Cómo te llamas?
- Mariona
- Yo… soy… Teresa…
- Lo sé, cariño. Espera, enseguida llegamos a la Habitación de la Esperanza y allí hablamos, ¿sí?
CONTINUARÁ
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