Hoy os ofrezco un poema que escribí hace ya tiempo. Con él quise rendir un bello tributo a aquellos amantes que por circunstancias de la vida deben vivir separados. El amor requiere proximidad, contacto, pero en la distancia puede también sobrevivir, aún sin alcanzar su estado natural, pues en definitiva cuando se ama acaba teniendo más fuerza el saber de su existencia que la no tenencia.
¿Vienes?
En los ventanales límpidos
se empapa la lluvia por entrar.
Un prado de gotas
surca el helado cristalino
y en ellas se va apagando
la luz de una tarde menos.
Un otoño caluroso aviva
el fuego de mi ardiente amor,
pero en tu ausencia
suda mi alma, gotea,
transpira la sed por verte
y el deseo de tenerte.
Se ahogan los colores
en los granos del agua estelar
y con su languidez
renace la melancolía…
¿Tristeza? Mas, ¿cómo?
¡Estás en mi corazón!
Pero, que cruel es el hado
de los amantes divididos:
sueños fundidos
en pucheros separados,
vidas esquivas
con anhelos conllevados.
Tristeza, desánimo… Y sí, vacío.
Los huecos del no tenerte
riegan mi angustia
cuando sólo pensándote
regreso al Olimpo.
¿Cara y cruz?
No, únicamente vida.
La fortuna de saberte
enriquece mi suerte
y no la empobrece
tu falta por desgracia
sino por gala:
no se extraña lo trivial
ni se añora lo insignificante.
Estás, existes…
Tú eres mi rosa
y yo tu pequeño príncipe.
Te amo por devoción
y en mi canción matutina,
en la balada que entona mi día
y en la nana que me adormece
suena un estribillo corto,
una sentida cantinela:
¿Vienes?