Del amor al desamor
La posesividad, un mal a erradicar
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Hace unos días pasé un buen rato hablando con un compañero del trabajo. La verdad es que hasta ahora nunca nada, más allá de la profesión y la proximidad laboral, nos había acercado a intimar. Y así, con temas banales y curiosidades sin importancia relativas a la escuela, empezamos nuestra conversación. Pero luego, no sé decirte ni el cómo ni el porqué, nos encontramos hablando de algo que estaba afectando su vida y que loe tenía muy preocupado. Quizás fue su necesidad, quizás mi forma de ser abierta siempre a escuchar, a lo mejor fue un simple comentario que encendió la luz de la oportunidad,… No sé.
Me contaba mi compañero que su mujer había sido siempre muy celosa y que, con el tiempo, esa "cualidad" de su carácter la estaba llevando a ser cada vez más posesiva y desconfiada. Parecía como si quisiera controlarle todo, absolutamente todo lo que hacía. Las preguntas relativas al tiempo que debían pasar separados se volvían cada vez más inquisitorias y cuando estaban juntos a veces llegaba hasta el punto de obsesionarse con aquello que podía estar pasando por su cabeza. Ella intentaba controlarle su agenda, sus llamadas telefónicas, sus gastos, sus mensajes,…
El hombre siguió contándome como se sentía cada día más prisionero y, de alguna manera, aún sin decirlo, como a medida que más y más le intentaban apretar las cadenas más y más ganas tenía de alejarse y volar… Yo casi no dije nada, cosa rara en mí, y me limité a formular dos preguntas: "¿Crees que ella te ama?", "¿y tú, la amas aún?", y ante sus inseguras pero afirmativas respuestas le solté una débil, seguramente a partir de mi situación, afirmación: "Pues tendríais que hablar y hacer lo que sea para arreglaros, antes de que sea demasiado tarde…".
Acostumbro a ser persona que, cuando le plantean una problemática entre dos personas, y más si llega la información de un solo lado, lo pone todo entre algodones. Detrás de un posible desacuerdo o desamor puede haber tantas, tantas y tantas circunstancias ocultas que en la mayoría de los casos ni los mismos implicados están capacitados para valorar el problema en toda su dimensión. Y si no lo están ellos, imagínate los de afuera…
Sí me gustaría, entonces, entrar a valorar un hecho que esta historia presenta, una de esas muchas contradicciones que el amor presenta tiene y que, seguro, no pocas veces ha llegado a ser tan importante que ha concluido con su finiquito: los celos y la posesividad enfermiza que pueden conllevar. La desconfianza y la necesidad de, para no perder, retener al máximo al ser querido…
El amor oculta muchos tesoros, preciadas joyas que pueden enriquecer una relación entre dos personas hasta convertirla en excelsa. La libertad es uno de ellosaquellos. La confianza debe ser otro… Yo soy libre para amarte y así me debo sentir. El amor no puede ser el pago de nada y nunca se puede tomar como algo obligado, ni en la magnitud ni en la forma. Si lo que siento por mi amada no es suficiente, si lo que muestro y lo que estoy dispuesto a dar no alcanza los mínimos entonces seguramente deberemos empezar a hablar de desamor. Pues si amo de verdad no dejaré lugar para las dudas, para la insegura desconfianza. Si amo de verdad mi pareja no precisará más explicaciones que las que le den mis miradas, mis besos, mis palabras, mis silencios,… Ella sabrá que en mi vida no puede haber otra. Aunque en mi pasado hubiera sido un pendón, un imparable mujeriego, si amo a mi mujer no se pasará por mi cabeza hacer nada que atente al merecido respeto, nada que pueda dañarla… Si la amo me mereceré la libertad de volar sin vigilancia porque mis sentimientos y mi trato generarán en ella la máxima confianza… Y si la amo sabré percibir con toda su esencia el amor que ella siente por mí, y saboreándolo podré estar tranquilo, y degustándolo podré abrir también su libertad y asentarla en las más confiadas expectativas…
¿Me dejas? Mientras escribía ha ido naciendo en mí, movido por mi innato espíritu de creador y narrador de cuentos, una idea, un relato que me gustaría dedicar a todos aquellos y aquellas, hombres y mujeres, que quieren proteger el amor con cadenas, que necesitan asegurar la tenencia con ataduras… ¿Sí?
En los aún no excesivamente abundantes recuerdos de Fiorella no había habido nunca un regalo más preciado. Hacía dos años que lo tenía, vino con su cumpleaños, el más feliz de todos. En el soplar de las seis velitas sus ojos no miraban casi el pastel, seguían entusiasmados con la sorpresa que tuvo al abrir aquel inmenso paquete. En seguida se enamoró de él. No sólo fue su belleza, que era muy hermoso, fue su presencia, el sentimiento de que iba a ser suyo, su fragilidad, su cautiva tristeza,… ¡Fueron tantas cosas!
No quiso oír los consejos de sus padres: "No le cojas demasiado cariño, que cualquier día se puede enfermar y morir…"; "no lo dejes salir de la jaula, pues si consigue fugarse nunca más lo verás…". Fiorella decidió desde un principio que iba a amar a ese pájaro y con el cuidado mimo se fue ganando su confianza hasta que consiguió sentirse de verdad correspondida. Picarello, que así loe llamó, tardó un tiempo en vencer sus miedos pero al final se rindió: se dejaba acariciar, coger, cepillar, comía de su mano y la saludaba siempre, cuando llegaba, con unos preciosos y alegres cánticos que a ella lea llegaban al alma… A los tres meses ya salía de la jaula, daba pequeños paseos por su habitación y se posaba en su hombro, o se acurrucaba en su mano y la picoteaba muy suave, muy tiernamente. Era su querida mascota, su amado pajarillo, y para Fiorella eso significaba mucho más que tener un rico y preciado tesoro.
La niña no recuerda cuáando empezó todo. Habían pasado dos años y las cosas habían cambiado mucho… Aquella maravillosa relación ahora se había vuelto angustiante. Una tristeza monumental y una inevitable distancia se habían instalado en los cada vez menos frecuentes contactos que mantenía con Picarello… Quizás fue aquel terrible día… Alguien había dejado la ventana de la habitación entreabierta y el pajarillo, en su cotidiano paseo, lo descubrió y salió… Salió al libre aire y voló por el infinito espacio. Fiorella se asustó mucho, su espera fue terrorífica: su pajarillo podía perderse, podía ser devorado por cualquier hambriento palomo, podía… Pero Picarello regresó, pasada una hora y media volvió a casa y, agotado, se tumbó en el regazo de su amiga y buscó sus mimos con más anhelos que nunca.
Esa fue su primera escapada. Luego vivieron muchas otras. La niña entendió que siempre iba a volver y supo percibir la felicidad que esos vuelos a la libertad implicaban para su amiguito y no podía negárselos: era ella misma la que, cuando sentía que el pájaro lo buscaba, le abría la ventana.
Pero no, en verdad todo empezó otro día… Fiorella, aunque no quisiera admitirlo, lo sabía… Fue al regresar de uno de sus viajes cuando Picarello se posó encima de su mano y empezó a cantar… Estaba feliz, increíblemente alegre… ¡Más que nunca! La niña, al verlo así, al principio también se puso muy contenta, pero luego empezaron las dudas… ¿Qué o quiéen loe había puesto tan contento? ¿Habría quizás conocido una bella pajarita? ¿Quizás otra niña? La incertidumbre la atacó y los celos de lo desconocido la forzaron a grabar con un "es mi pajarillo" una desconfianza que no le dejaba otra opción: ¡Nunca más!
Y la ventana se cerró para siempre. Picarello seguía saliendo de la jaula y buscando el cariño de Fiorella, pero en sus paseos por la habitación no cesaba de lanzarse contra el cristal de la ventana. ¡Cuáantas más ganas mostraba de salir más firme era la decisión de no dejarlo! Y así siguieron hasta que un día el pájaro, en uno de sus choques contra el transparente muro que le impedía salir, se hizo tanto daño que quedó medio inconsciente… Y la niña tuvo que pararlo: antes de sacarlo de la jaula le ataba a una de sus patitas un fino hilo de seda y finalizó con sus impetuosos vuelos hacia la libertad.
Fiorella seguía acariciándolo, besándolo, abrazándolo,… Intentó mimarlo más que nunca y no entendía la indiferencia que recibía a cambio, no podía comprender la tristeza que embargaba a su estimado amigo… Y un día lo agitó con fuerza y le chilló: "¿Qué más quieres? ¡Yo te doy todo lo que necesitas! ¡Pajarraco desagradecido!" La respuesta fue clara y contundente: un picotazo en la mano que la hizo sangrar…
Picarello no salió más de la jaula. Ahora tenía lo justo: comida, agua y limpieza. Lo justo y poco más: algún saludo de vez en cuando, muchas recriminaciones,... Picarello ya no cantó más, la melancolía y la rabia se lo impedían. Si hubiera podido hablar quizás se hubiera arreglado todo. Si hubiera podido le habría contado a su amiguita que se sentía prisionero, que necesitaba sus escapadas simplemente para tomar aire, para descubrir el mundo, ese mundo que nunca podía limitarse a una habitación, a una morada por muy cálido que eso fuera, ese mundo que no podía cerrarse en una sola relación. Si hubiera podido le hubiera dicho a Fiorella que sí, que había conocido otros pájaros, que incluso había flirteado con alguna hermosa pajarilla, que también se había posado en otros hombros y se había dejado acariciar por otras manitas, pero que nunca nadie le había dado lo que ella le ofreció tan intensamente: ella era única para él y su amor era el más especial, el más deseado, el más querido… Su vuelta a casa después de cada viaje era una vuelta al hogar, al amparo del amor y a la seguridad, a la armonía que conlleva. La inmensa alegría que había mostrado aquel día al retornar no se debía a lo que afuera había encontrado, venía únicamente motivada por lo que reencontraba.
Pero Picarello no sabía hablar y Fiorella no podía entender algo que debería estar muy muy claro: si le cortas las alas a tu amor, si le privas de la libertad, si pretendes encadenarlo a ti, no vas a conseguir mantenerlo, más bien lo contrario, obtendrás su alejamiento. El miedo a perder es normal y hay que luchar contra la desconfianza que produce. Si no sabes, puedes acabar siendo tú quien provoque lo que más temes.
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